miércoles, 28 de octubre de 2020

MARIPOSAS Y LAMPARILLAS. LA LUZ DE LOS DIFUNTOS

Se acerca el mes de noviembre, y desde la Hermandad de "Las Escuelas" queremos proponer una actividad para hacer estos días con los más pequeños de la casa que sirva para pasar unos buenos momentos junto a ellos y que a la vez permita recuperar una de las tradiciones que por esas cosas de la "modernidad" está prácticamente olvidada. Se trata del encendido de las mariposas o lamparillas de aceite con motivo de las Fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. 

En el siguiente vídeo se explica cómo elaborarlas de manera sencilla en casa. Si tenéis la suerte de contar con la ayuda de los abuelos, son quienes mejor podrán guiar a los más pequeños. Una vez las tengáis terminadas os invitamos a que nos mandéis vuestras fotos y vídeos de las mariposas al facebook  o correo de la Hermandad escuelasbaeza@hotmail.com


Esperamos que disfrutéis en familia esta bella costumbre que sirva a la vez para iluminar la fe de nuestros niños.

En el siguiente artículo, nuestro hermano e historiador D. José Joaquín Quesada Quesada ,nos acerca a la historia y significado de esta bella tradición.

“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida” (Juan 8, 12).

Estas palabras del Evangelio son de los más elocuentes en cuanto al valor simbólico de la luz para la religión cristiana, y además perfectamente compatibles con un sentimiento tan universal y antiguo como es, por parte del ser humano, su rechazo a la oscuridad y su búsqueda de la luz. Tan universal y tan antiguo como el temor a la muerte, la propia y la de los seres queridos. Frente a ese temor, Jesús nos ofrece una promesa de vida eterna, una promesa de “luz y vida”. Por ello no debe extrañarnos la dualidad, en oposición, de la luz como símbolo positivo y de la vida, frente al simbolismo negativo y de muerte de la oscuridad. Para el cristiano, la luz es la imagen de Dios y de su promesa de salvación. Es así que desde hace siglos la luz comenzó a formar parte de la liturgia, y está presente en casi todos los oficios, celebraciones –vigilia pascual– y sacramentos –menos la penitencia– y por supuesto en la Eucaristía.

Siendo la luz imagen de la vida que nos ofrece Jesús, es entendible que con la luz se acostumbre a recordar a quienes no están en este mundo pero de quienes esperamos que disfruten de la vida eterna junto a nuestro Redentor. Por eso la tradición de encender velas y mariposas en los primeros días de noviembre –solemnidad de Todos los Santos y conmemoración de los Fieles Difuntos– en iglesias, cementerios y hogares en recuerdo de nuestros muertos. Una memoria de los familiares y amigos que nos faltan que en el catolicismo se hace más completa y caritativa extendiendo esa luz a las ánimas del Purgatorio, lo que hace más evidente el sentimiento de comunidad de la verdadera Iglesia. Mientras que con la Reforma protestante –escandalizada con algunos abusos en la venta de indulgencias para el Purgatorio– terminó por rechazar la creencia en las ánimas, la Iglesia católica decretó en 1563, en pleno concilio de Trento, mantener lo que los fieles llevaban siglos creyendo: la existencia real del Purgatorio como un lugar en el que las ánimas de los difuntos aguardaban su completa y necesaria purificación antes de entrar en el Cielo, y que en ese estado intermedio eran de lo más convenientes tanto las misas como las oraciones de los fieles. Una creencia que tenía su fundamento en el Antiguo Testamento, pues en el Libro Segundo de los Macabeos (12, 38) ya se relataba como Judas Macabeo manda, tras sepultar a los soldados judíos muertos en combate, realizar oraciones y sacrificios para asegurar su salvación.


La luz es un signo visible de oración, de memoria y de ofrenda, que se prolonga durante el largo el tiempo en que se mantiene encendida. Eso explica que, para alargar y multiplicar la vida de la llama, se usaran las mariposas, que cumplían el mismo cometido de las velas, pero usando menos recursos. No olvidemos que la cera era un lujo al alcance de unos pocos, que se reservaba al culto divino en los templos, mientras que el aceite –que no es ajeno al simbolismo cristiano, pues se usa en la unción de los bautizados y de los enfermos, y se derramaba como ofrenda en las tumbas de los santos– era el combustible más común para la iluminación nocturna de los hogares.


La luz de las mariposa es una imagen de cómo la piedad de los vivos, con sus obras, sus oraciones y su participación en la eucaristía, puede contribuir a la salvación de los difuntos. Es un luminoso mensaje de esperanza, completamente opuesto al tenebroso y terrorífico que trasmiten otras fiestas y costumbres importadas y que se celebran en estos días; otras luces lúgubres que escapan de la grotescas fauces de una calabaza hueca.

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