Tengo que empezar diciendo que, al desearos una Feliz Navidad, no quiero hacerlo como si fuera un autómata que en estos días le dice a todos lo mismo, sólo porque es lo correcto. Aunque pudiera dar la impresión, por el medio en que me dirijo a todos vosotros, que mi felicitación no es más que un deseo genérico, os puedo asegurar que en lo que escribo estoy manifestando mis más profundos sentimientos.
Estoy convencido de que me estáis leyendo hombres, mujeres, familias, mayores, enfermos, niños… Sé también que cada uno de vosotros lleva en el corazón una necesidad, una ilusión, una esperanza, y quizás también una frustración o una pena. Pues bien, para todos, allí donde os encontréis y sea cual sea vuestra situación, vaya mi felicitación navideña más sincera y personalizada.
No obstante, reconozco también que no soy un mago que pueda hacer que mis palabras tengan un efecto inmediato. ¡Ya me gustaría poder haceros felices a todos! Si mi felicitación en estos días navideños tiene fuerza y mucho valor es porque os la ofrezco en nombre de quien ha venido de Dios a traer la felicidad a la tierra; os digo Feliz Navidad en nombre de Jesucristo, que nació en Belén para hacerse uno de los nuestros y traer la salvación y la felicidad a todos.
Os felicito como un amigo entre amigos, como un ser humano que experimenta, como todos vosotros, un deseo de felicidad y de paz en su corazón. A eso hay que añadirle que mi felicitación navideña es la de un cristiano, la de quien vive de la fe y sabe, por experiencia, que la Navidad es el acontecimiento que ilusiona a cualquier corazón, por muy herido que pueda encontrarse. Decir Feliz Navidad es reconocer un misterio de amor; el increíble misterio de poder ver a Dios en la humilde condición de Niño recién nacido, no precisamente en las mejores condiciones que pudieran imaginarse, sino pobre y frágil. Por ser como Dios ha querido que sea este misterio, es por lo que os puedo decir que no hay ninguna situación humana, por muy difícil que sea, en la que no pueda sentir que la Navidad llega a nuestra vida con el amor y la felicidad de Belén.
Si la Navidad es para todos, decir Feliz Navidad es compartir lo que cada uno lleva dentro, es un mensaje que quiere contagiar. La Navidad pretende, y muchas veces lo consigue, romper nuestro aislamiento, si esa fuera nuestra situación; porque decir Feliz Navidad es dejar de pensar sólo en uno mismo y ponerse a disposición de los otros. Por eso, no hay mejor modo de felicitar la Navidad que decirle a los demás: cuenta conmigo para lo que necesites, aquí estoy yo que, por amor de Dios, tengo lo que andas buscando. Ojalá en estos días navideños todos encontraran en nosotros, en nuestra caridad activa, la solución los problemas que sienten en su cuerpo y en su alma.
En mi felicitación navideña como vuestro Obispo, me gustaría que no sólo os llegaran y contagiaran mis mejores deseos; también quisiera que se creara, en torno a estos buenos deseos míos, una complicidad diocesana, de tal modo que todos cuantos estamos felices porque creemos que Jesús ha nacido para nuestro bien, trabajáramos por el bien de los demás.
Esto siempre será posible, si le ponemos corazón a nuestra mirada al Portal de Belén, en el que encontraremos a Jesús, María y José, una familia humana, en la que ha entrado el gozo divino, una familia en la que se inspira y se enriquece la nuestra; porque toda familia humana es un proyecto divino que se realiza en el amor humano.
Os felicita vuestro Obispo Amadeo en esta primera Navidad que comparte con vosotros. Os deseo a todos una muy Feliz, Santa y Solidaria Navidad.
+ Amadeo Rodríguez Magro,
Obispo de Jaén
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