miércoles, 13 de marzo de 2013

FE Y RAZÓN


Cuando falta el saber no vale afán; Los pies precipitados tropiezan. (Pr.19,2)

El 11 de octubre del pasado año, fecha en la que  celebramos el 50 aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, hemos iniciado el año de la Fe, el cual concluirá el 24 de noviembre del presente año.  Durante todo este tiempo, el Papa, nos invita a una “autentica y renovada conversión en el Señor” (Carta apostólica Porta Fidei 6), luego, qué mejor año que éste  para intentar hacer un esfuerzo y profundizar en la razonabilidad de la Fe. En las siguientes líneas intentaré acercar las posiciones de la razón (la Doxa) y  la fe  y  demostrar que ambas son complementarias, que  la una sin la otra queda truncada y que con la correcta utilización de éstas podemos acercarnos más a la Verdad.

 En primer lugar voy a dar tres pinceladas de cómo ha ido evolucionando el conocimiento del hombre a lo largo de la historia. Hasta el medievo la forma de pensar del hombre era teocéntrica, el hombre se entendía sólo desde Dios, y  desde esta perspectiva explicaba el resto de sucesos que surgían a su alrededor. Será con la evolución de la cultura al renacimiento cuando empiece a virar a una concepción antropocéntrica, Dios deja de ser el centro de su existencia y es sustituido por el hombre, éste por si solo cree poder llegar al conocimiento de todo. Será a principios del siglo XIX con la llegada del positivismo cuando se instaure la creencia de que  el único conocimiento válido es el científico y que fuera de este no existe otro, sólo es veraz aquello que se puede demostrar empíricamente y con el método científico, relegando a todo lo relacionado con la fe y creencias a carecer de valor si lo que se quiere es alcanzar el conocimiento  “autentico”.

 Desde entonces han existido distintos autores que abogan que no existe relación alguna posible entre ciencia y religión, tamaño error, pues “la ciencia puede purificar a la religión de  error y superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, en el que ambas partes puedan florecer”(Juan Pablo II). Podría citar un sin fin de grandes científicos que han sido cristianos y alguno de ellos incluso católico, así por ejemplo está: Kepler, Galileo Galilei, Pascal, Newton..., para todos éstos Dios está al final de sus investigaciones,  y es que en cualquier científico sensato puede  cumplirse que “ El primer sorbo del cáliz de la ciencias naturales le haga ateo, pero en el fondo le espera Dios. (Werner Heisenberg)

Pero ¿qué es lo que busca el hombre? Es inherente a la condición humana la búsqueda de la Verdad,  ya desde los primeros filósofos griegos como Aristóteles, en su libro de la metafísica, afirma que “el Hombre anhela la búsqueda de la verdad”.

  Todos los hombres  creyentes o no tenemos  preocupaciones en común: ¿qué habrá después de la muerte?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué es el origen de todo? y las respuestas están íntimamente unidas a esa única Verdad Absoluta. Llama la atención que  un filósofo como Sartre, ateo por excelencia, llegue a afirmar “que un mundo sin un Dios resultaría bastante incomodo”, o como un científico, como  Stephen Jay Gould, agnóstico, indique que “la coherencia del sistema científico que aporta la concepción creyente del mundo es intachable”, estos ejemplos y otros que no voy a describir  me permiten concretar esa preocupación  por Dios de todos.

Dada la escasez de espacio del que dispongo, me voy a limitar a abrir tres temas donde supuestamente, según algunos, la ciencia y religión entran en conflicto,  y expondré algunos argumentos, muy breves para la reflexión.
El primer tema, es el Origen del universo, con frecuencia confundido con el concepto de  evolución. El origen es el principio de todo,  si admitimos la teoría del Big Bang,  el origen sería  la causa  primera que dio lugar a  esa partícula del tamaño mucho menor de un átomo de hidrogeno  que explosionó y evolucionó a todo cuanto conocemos. No creo que haga falta demostrar que estamos sometidos al tiempo, todo cuanto conocemos está en función de éste, desde  que existimos en este mundo todo está en continuo movimiento y cambio y esto conlleva un tiempo. Si consideramos  que estamos sometidos al tiempo debemos  admitir que el universo y todo cuanto conocemos tiene un principio, pues de lo contrario, si no existe un principio, podríamos decir que es infinito hacia el pasado lo cual supondría la imposibilidad del llegar al presente y existir. Puede parecer un poco complicado pero se entenderá mejor con un ejemplo, si imaginamos que nuestro hermano nos quiere dar un libro en 10 minutos, entendemos que transcurrido ese tiempo lo tendremos, igual si fueran 10 horas e igual si fueran 50 años, ahora bien, supongamos que propone entregarnos el libro en un tiempo infinito, nunca recibiríamos el libro, pues de la misma manera sucede si aplicamos el ejemplo al pasado, si no existe un  momento concreto donde comience todo, ¿cómo llegamos al presente?.Luego existe un principio, ahora el dilema está en qué creer que había antes de ese origen, y aquí pueden haber dos opciones, o bien crees que todo surge de la nada, lo cual a mi juicio es un ejercicio de fe colosal, o bien, crees que hay algo que debe ser eterno, sin principio ni fin, ese algo es Dios, en el que no existe el tiempo, es el eterno presente, lo cual está en consonancia con la forma en la que Dios se nos revela  en la Sagrada Escritura. Si leemos el éxodo, en el capitulo 3, Moisés pregunta por el nombre de Dios, respondiéndole Dios: “Yo SOY el que SOY” (en presente),  al igual que en Juan 8,58 donde Jesús nos dice: “os aseguro que antes de que Abraham naciera, YO SOY”. 

Resumiendo, podemos afirmar que, todo lo finito y contingente tiene una causa y que esta causa primera no puede crearse a si misma, esta causa primera es Dios.

Otro argumento de la necesidad de un Creador, podemos encontrarlo en el resultado de la reunión celebrada con científicos de distintas ramas de la ciencia  a principio del Siglo XX.  En esta época la ciencia estaba sumida en una crisis, Hilbert, matemático alemán del pasado siglo, reunió a los mejores científicos de la época con el objeto de demostrar la existencia de  un sistema racional (axiomático) que pudiera explicarlo todo y  fuese capaz de terminar con  dicha  crisis. El resultado de esta  reunión fue todo lo contrario a lo esperado, concluyendo que, “la fórmula que demuestra la coherencia de un sistema no pertenece a ese sistema racional”. Luego podemos decir que  para explicar la coherencia de nuestra existencia, hemos de recurrir a un principio ajeno a la misma, este principio es Dios.


El segundo tema es la evolución,  huelga decir que no trataré el tema del creacionismo a mi juicio obsoleto, sin argumento posible con el que defenderlo y fruto de la sumatoria de  interpretar literalmente  la Biblia (lo cual sólo nos lleva a caer en el fundamentalismo) y tomar como texto científico a la Sagrada Escritura, a lo que la Iglesia se opone tal y como recoge en la Constitución Dogmática, Dei Verbum: “Para descubrir la intención  de los hagiógrafos hay que atender a los géneros literarios. Puesto que la verdad se propone y expresa de manera diversas en los textos de diverso géneros: histórico, profético, poético...”(DV12.1) "La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita". (DV 12,3). Antes de entrar en este segundo apartado, he de matizar que la Iglesia no se opone a la evolución, Juan Pablo II, en  su mensaje  a la Academia Pontificia de las Ciencias de 1996 declaró que “los hallazgos nos llevan a reconocer la evolución como algo más que una hipótesis”. Cuestión a parte es como entendamos esta evolución, cualquier  científico ateo la argumentaría como un proceso del Azar, al que se suma la selección genética, lo cual es, en parte, una contradicción a la mentalidad científica, acostumbrada a basar todo en el conocimiento empírico, pues el azar no es un término científico sino más bien filosófico.
Desde una perspectiva Deísta existen distintas fórmulas de entender el proceso de la evolución, únicamente trataré dos: el diseño inteligente y lo que Francis Collins, genetista que ordenó y clasificó todo el mapa genético humano,  denominó: Evolución Teológica. 

El argumento del Diseño Inteligente, sintetizándolo, consistiría en que dada la complejidad del ser humano es imposible que se haya  llegado  simplemente por evolución, esta teoría argumenta con ejemplos similares a este: si  en cualquiera de nuestras células, formada por múltiples elementos: mitocondrias, DNA, núcleo, retículos... eliminásemos uno  de estos componentes, provocaríamos la muerte o inactivación de ésta, lo cual, según los defensores del Diseño Inteligente, es una prueba de que desde un organismo más sencillo no se puede llegar por la simple evolución a uno más complejo. Para solucionar este problema introduce la figura de un Diseñador que  pueda explicar  la evolución teniendo en cuenta limitaciones como la recogida en el anterior ejemplo. Este diseñador asume el papel de rellenar los huecos que,  según esta teoría, la evolución nunca podrá explicar. Tamaño error si recurrimos a ese razonamiento, pues no sería la primera vez que la ciencia rellena ese hueco que pretendía ocupar la religión, quedando la fe desacreditada. En mi opinión  esta teoría  tiene muchos puntos débiles, pues si recurrimos al ejemplo  del hombre, ese diseñador sería un mal diseñador, prueba de ello es que existen grandes imperfecciones en el cuerpo humano, a modo de ejemplo citaré el punto ciego del ojo, la proximidad del esófago y la laringe, que tantas muertes por asfixia ha provocado, e incluso se podría decir, teniendo en cuenta el gran número de abortos naturales que se producen, que este diseñador sería el mayor abortista del mundo. 
La segunda perspectiva, desde la que pretendo abarcar la teoría de la evolución, es la llamada Evolución Teísta, de manera muy resumida diré que basa su argumento en que Dios al ser ajeno al espacio y tiempo, en el momento de la creación ya conocía cada detalle de nuestra existencia, esto incluye toda la ciencia necesaria: química, física, biología... para llegar a nosotros, es decir, que Dios en su infinita sabiduría dejó todo bien atado para que  esa partícula,  del tamaño de una  fracción de átomo de hidrógeno  precedida de 48 ceros y que explosionó en un fracción de segundo precedida de 31 ceros, evolucionase hasta nosotros.  Dios eligió el mecanismo de la evolución para crear a todo ser vivo, incluido al hombre, al que dotó de características que lo distingue del resto de animales. Esta teoría deja espacio a la evolución y no utiliza a Dios para rellenar aquellos espacios que no tienen en este momento explicación. La Evolución Teísta delimita el campo de la ciencia a lo material y otorga una coherencia intachable a la existencia del ser. 
Para concluir este artículo me voy a centrar en el resultado final de la evolución: el Hombre. ¿Qué es el Hombre? y ¿quién es el hombre?, son dos preguntas que a lo largo de la historia han tenido distintas respuestas, así encontramos  que  el Antiguo Testamento  define al hombre como: “imagen y semejanza de Dios”, los presocráticos: “ parte de la naturaleza”, Descartes: “ un pensamiento”, Sartre: “deseo de ser dios”... 
Para responder ambas preguntas voy a distinguir dos procesos  de cuya unión resultó el hombre: el primero es la hominización y el segundo la humanización. Mientras que la hominización es el proceso por el que el   animal evoluciona al genero homo, la humanización es el  proceso por el animal deja de ser animal y se convierte en hombre, es el salto cualitativo que lo distingue del resto de seres vivos, así podemos decir que el hombre es un animal biocultural. Constituido por un elemento biológico y otro cultural.
A lo largo de la evolución ese animal da un salto cualitativo apareciendo la cultura, la cual es un elemento distintivo del resto de seres de vivos y no puede ser explicada recurriendo únicamente a la biología, (no es posible el reduccionismo biológico aplicado a la cultura), el hombre tiene esa independencia de la biología que le otorga la libertad.
Llaman la atención  determinados comportamientos aparentemente contradictorios para la selección natural pero que hacen del hombre un ser especial, como es: el altruismo, la ética, el  deseo de conocer  la Verdad Absoluta, el deseo de amar infinitamente,  el anhelo de ser eterno, etcétera.  Reflexionando sobre  este último, (anhelo de eternidad)  cabe preguntarse,  ¿qué sentido tiene que en el hombre  exista ese deseo si no es posible saciarlo?, ¿cómo puede poner la evolución tal deseo?, si únicamente fuere una mera ilusión ésta solo llevaría a perjudicar a la especie humana y según la selección natural desaparecerían todos aquellos seres que la tuviera. Otra cuestión para la reflexión, relacionada con ese deseo de eternidad es, ¿cómo demuestra  la ciencia  que la muerte es el fin radical de la existencia humana?, afirmar esto es,  a mi entender,  emitir un juicio de orden metafísico y religioso, nada más lejos de la mentalidad científica-atea.

Concluyendo, sólo hay una verdad que nos hace realmente libres, y la encontramos en Juan 14,6. A esta Verdad nunca se podrá llegar plenamente por métodos naturalistas, sólo podremos aproximarnos si utilizamos el camino de la fe conjugado con el de la razón y recalco lo de aproximarnos porque, en esta vida, nunca  alcanzaremos a conocer la Verdad en su totalidad. En este intento de aproximación a la Verdad, la ciencia y la religión pueden tener puntos comunes  y complementarse mutuamente. Caemos en error cuando queremos eliminar una u otra de manera radical, pues nunca podrá la ciencia suplir totalmente a la fe y viceversa. Es una cuestión de método, así pues, es imposible que al igual que sólo con la religión se pueda demostrar  las leyes de la naturaleza, con la ciencia, solamente, se demuestre que Dios no existe, por mucho que se empeñe algún científico como Richard Dawkins. Sin embargo, quiero hacer notar, para llegar a entender bien el tema que nos ocupa, lo que sucede  en  nuestro caso (los Cristianos), y es que, a pesar de esforzarnos por buscar a la Verdad, es la Verdad quién ha salido a nuestra búsqueda, es la verdad quien quiere que la conozcamos mostrándose a través de Jesús. Creer en esa Verdad no es simplemente una actitud sentimentalista, ni una forma de vida basada en  leyes, es un esfuerzo intelectual serio y de predisposición a dejarse inundar por esa Verdad. En cualquier cristiano coherente, esta verdad debe ser el centro de su vida, sobre la que pivoten todos sus actos y tiene el deber de formarse para tomar una actitud activa en esa búsqueda (Canon 229.1 Código Canónico)

Para terminar este texto recurriré a una frase de Walter Brandmüller, Cardenal y  Canónigo de la Basílica de San Pedro del Vaticano, quien afirma que: “Creer es un acto de la voluntad fundado en la razón” de este enunciado se deduce que es necesaria la razón para conocer el motivo de querer creer. La Fe y la razón se abrazan amablemente, una sin  la otra quedaría incompleta, de modo que la ausencia de la fe nos llevaría a un  racionalismo radical (sólo existe la razón) y la ausencia de la razón al fideísmo (sólo la fe) y como todos sabemos los extremos acaban por tocarse, la virtud está en el termino medio.

           Eutimio Tercero Fernández 

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