Cuando falta el saber no vale afán; Los pies precipitados tropiezan. (Pr.19,2)
El 11 de octubre del pasado año, fecha en la que celebramos el 50 aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, hemos iniciado el año de la Fe, el cual concluirá el 24 de noviembre del presente año. Durante todo este tiempo, el Papa, nos invita a una “autentica y renovada conversión en el Señor” (Carta apostólica Porta Fidei 6), luego, qué mejor año que éste para intentar hacer un esfuerzo y profundizar en la razonabilidad de la Fe. En las siguientes líneas intentaré acercar las posiciones de la razón (la Doxa) y la fe y demostrar que ambas son complementarias, que la una sin la otra queda truncada y que con la correcta utilización de éstas podemos acercarnos más a la Verdad.
En primer lugar voy a dar tres pinceladas de cómo ha ido evolucionando el conocimiento del hombre a lo largo de la historia. Hasta el medievo la forma de pensar del hombre era teocéntrica, el hombre se entendía sólo desde Dios, y desde esta perspectiva explicaba el resto de sucesos que surgían a su alrededor. Será con la evolución de la cultura al renacimiento cuando empiece a virar a una concepción antropocéntrica, Dios deja de ser el centro de su existencia y es sustituido por el hombre, éste por si solo cree poder llegar al conocimiento de todo. Será a principios del siglo XIX con la llegada del positivismo cuando se instaure la creencia de que el único conocimiento válido es el científico y que fuera de este no existe otro, sólo es veraz aquello que se puede demostrar empíricamente y con el método científico, relegando a todo lo relacionado con la fe y creencias a carecer de valor si lo que se quiere es alcanzar el conocimiento “autentico”.
Desde entonces han existido distintos autores que abogan que no existe relación alguna posible entre ciencia y religión, tamaño error, pues “la ciencia puede purificar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, en el que ambas partes puedan florecer”(Juan Pablo II). Podría citar un sin fin de grandes científicos que han sido cristianos y alguno de ellos incluso católico, así por ejemplo está: Kepler, Galileo Galilei, Pascal, Newton..., para todos éstos Dios está al final de sus investigaciones, y es que en cualquier científico sensato puede cumplirse que “ El primer sorbo del cáliz de la ciencias naturales le haga ateo, pero en el fondo le espera Dios. (Werner Heisenberg)
Pero ¿qué es lo que busca el hombre? Es inherente a la condición humana la búsqueda de la Verdad, ya desde los primeros filósofos griegos como Aristóteles, en su libro de la metafísica, afirma que “el Hombre anhela la búsqueda de la verdad”.
Todos los hombres creyentes o no tenemos preocupaciones en común: ¿qué habrá después de la muerte?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué es el origen de todo? y las respuestas están íntimamente unidas a esa única Verdad Absoluta. Llama la atención que un filósofo como Sartre, ateo por excelencia, llegue a afirmar “que un mundo sin un Dios resultaría bastante incomodo”, o como un científico, como Stephen Jay Gould, agnóstico, indique que “la coherencia del sistema científico que aporta la concepción creyente del mundo es intachable”, estos ejemplos y otros que no voy a describir me permiten concretar esa preocupación por Dios de todos.
Dada la escasez de espacio del que dispongo, me voy a limitar a abrir tres temas donde supuestamente, según algunos, la ciencia y religión entran en conflicto, y expondré algunos argumentos, muy breves para la reflexión.

Resumiendo, podemos afirmar que, todo lo finito y contingente tiene una causa y que esta causa primera no puede crearse a si misma, esta causa primera es Dios.
Otro argumento de la necesidad de un Creador, podemos encontrarlo en el resultado de la reunión celebrada con científicos de distintas ramas de la ciencia a principio del Siglo XX. En esta época la ciencia estaba sumida en una crisis, Hilbert, matemático alemán del pasado siglo, reunió a los mejores científicos de la época con el objeto de demostrar la existencia de un sistema racional (axiomático) que pudiera explicarlo todo y fuese capaz de terminar con dicha crisis. El resultado de esta reunión fue todo lo contrario a lo esperado, concluyendo que, “la fórmula que demuestra la coherencia de un sistema no pertenece a ese sistema racional”. Luego podemos decir que para explicar la coherencia de nuestra existencia, hemos de recurrir a un principio ajeno a la misma, este principio es Dios.
Desde una perspectiva Deísta existen distintas fórmulas de entender el proceso de la evolución, únicamente trataré dos: el diseño inteligente y lo que Francis Collins, genetista que ordenó y clasificó todo el mapa genético humano, denominó: Evolución Teológica.
El argumento del Diseño Inteligente, sintetizándolo, consistiría en que dada la complejidad del ser humano es imposible que se haya llegado simplemente por evolución, esta teoría argumenta con ejemplos similares a este: si en cualquiera de nuestras células, formada por múltiples elementos: mitocondrias, DNA, núcleo, retículos... eliminásemos uno de estos componentes, provocaríamos la muerte o inactivación de ésta, lo cual, según los defensores del Diseño Inteligente, es una prueba de que desde un organismo más sencillo no se puede llegar por la simple evolución a uno más complejo. Para solucionar este problema introduce la figura de un Diseñador que pueda explicar la evolución teniendo en cuenta limitaciones como la recogida en el anterior ejemplo. Este diseñador asume el papel de rellenar los huecos que, según esta teoría, la evolución nunca podrá explicar. Tamaño error si recurrimos a ese razonamiento, pues no sería la primera vez que la ciencia rellena ese hueco que pretendía ocupar la religión, quedando la fe desacreditada. En mi opinión esta teoría tiene muchos puntos débiles, pues si recurrimos al ejemplo del hombre, ese diseñador sería un mal diseñador, prueba de ello es que existen grandes imperfecciones en el cuerpo humano, a modo de ejemplo citaré el punto ciego del ojo, la proximidad del esófago y la laringe, que tantas muertes por asfixia ha provocado, e incluso se podría decir, teniendo en cuenta el gran número de abortos naturales que se producen, que este diseñador sería el mayor abortista del mundo.
La segunda perspectiva, desde la que pretendo abarcar la teoría de la evolución, es la llamada Evolución Teísta, de manera muy resumida diré que basa su argumento en que Dios al ser ajeno al espacio y tiempo, en el momento de la creación ya conocía cada detalle de nuestra existencia, esto incluye toda la ciencia necesaria: química, física, biología... para llegar a nosotros, es decir, que Dios en su infinita sabiduría dejó todo bien atado para que esa partícula, del tamaño de una fracción de átomo de hidrógeno precedida de 48 ceros y que explosionó en un fracción de segundo precedida de 31 ceros, evolucionase hasta nosotros. Dios eligió el mecanismo de la evolución para crear a todo ser vivo, incluido al hombre, al que dotó de características que lo distingue del resto de animales. Esta teoría deja espacio a la evolución y no utiliza a Dios para rellenar aquellos espacios que no tienen en este momento explicación. La Evolución Teísta delimita el campo de la ciencia a lo material y otorga una coherencia intachable a la existencia del ser.
Para concluir este artículo me voy a centrar en el resultado final de la evolución: el Hombre. ¿Qué es el Hombre? y ¿quién es el hombre?, son dos preguntas que a lo largo de la historia han tenido distintas respuestas, así encontramos que el Antiguo Testamento define al hombre como: “imagen y semejanza de Dios”, los presocráticos: “ parte de la naturaleza”, Descartes: “ un pensamiento”, Sartre: “deseo de ser dios”...
Para responder ambas preguntas voy a distinguir dos procesos de cuya unión resultó el hombre: el primero es la hominización y el segundo la humanización. Mientras que la hominización es el proceso por el que el animal evoluciona al genero homo, la humanización es el proceso por el animal deja de ser animal y se convierte en hombre, es el salto cualitativo que lo distingue del resto de seres vivos, así podemos decir que el hombre es un animal biocultural. Constituido por un elemento biológico y otro cultural.
A lo largo de la evolución ese animal da un salto cualitativo apareciendo la cultura, la cual es un elemento distintivo del resto de seres de vivos y no puede ser explicada recurriendo únicamente a la biología, (no es posible el reduccionismo biológico aplicado a la cultura), el hombre tiene esa independencia de la biología que le otorga la libertad.
Llaman la atención determinados comportamientos aparentemente contradictorios para la selección natural pero que hacen del hombre un ser especial, como es: el altruismo, la ética, el deseo de conocer la Verdad Absoluta, el deseo de amar infinitamente, el anhelo de ser eterno, etcétera. Reflexionando sobre este último, (anhelo de eternidad) cabe preguntarse, ¿qué sentido tiene que en el hombre exista ese deseo si no es posible saciarlo?, ¿cómo puede poner la evolución tal deseo?, si únicamente fuere una mera ilusión ésta solo llevaría a perjudicar a la especie humana y según la selección natural desaparecerían todos aquellos seres que la tuviera. Otra cuestión para la reflexión, relacionada con ese deseo de eternidad es, ¿cómo demuestra la ciencia que la muerte es el fin radical de la existencia humana?, afirmar esto es, a mi entender, emitir un juicio de orden metafísico y religioso, nada más lejos de la mentalidad científica-atea.
Concluyendo, sólo hay una verdad que nos hace realmente libres, y la encontramos en Juan 14,6. A esta Verdad nunca se podrá llegar plenamente por métodos naturalistas, sólo podremos aproximarnos si utilizamos el camino de la fe conjugado con el de la razón y recalco lo de aproximarnos porque, en esta vida, nunca alcanzaremos a conocer la Verdad en su totalidad. En este intento de aproximación a la Verdad, la ciencia y la religión pueden tener puntos comunes y complementarse mutuamente. Caemos en error cuando queremos eliminar una u otra de manera radical, pues nunca podrá la ciencia suplir totalmente a la fe y viceversa. Es una cuestión de método, así pues, es imposible que al igual que sólo con la religión se pueda demostrar las leyes de la naturaleza, con la ciencia, solamente, se demuestre que Dios no existe, por mucho que se empeñe algún científico como Richard Dawkins. Sin embargo, quiero hacer notar, para llegar a entender bien el tema que nos ocupa, lo que sucede en nuestro caso (los Cristianos), y es que, a pesar de esforzarnos por buscar a la Verdad, es la Verdad quién ha salido a nuestra búsqueda, es la verdad quien quiere que la conozcamos mostrándose a través de Jesús. Creer en esa Verdad no es simplemente una actitud sentimentalista, ni una forma de vida basada en leyes, es un esfuerzo intelectual serio y de predisposición a dejarse inundar por esa Verdad. En cualquier cristiano coherente, esta verdad debe ser el centro de su vida, sobre la que pivoten todos sus actos y tiene el deber de formarse para tomar una actitud activa en esa búsqueda (Canon 229.1 Código Canónico)
Para terminar este texto recurriré a una frase de Walter Brandmüller, Cardenal y Canónigo de la Basílica de San Pedro del Vaticano, quien afirma que: “Creer es un acto de la voluntad fundado en la razón” de este enunciado se deduce que es necesaria la razón para conocer el motivo de querer creer. La Fe y la razón se abrazan amablemente, una sin la otra quedaría incompleta, de modo que la ausencia de la fe nos llevaría a un racionalismo radical (sólo existe la razón) y la ausencia de la razón al fideísmo (sólo la fe) y como todos sabemos los extremos acaban por tocarse, la virtud está en el termino medio.
Eutimio Tercero Fernández
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