lunes, 11 de diciembre de 2017

PRESENTACIÓN DEL CARTEL CONMEMORATIVO DEL IV CENTENARIO DEL JURAMENTO DE LA UNIVERSIDAD DE BAEZA EN DEFENSA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN



A continuación reproducimos íntegramente la presentación del cartel conmemorativo del IV Centenario del Juramento Inmaculista de la Universidad de Baeza a cargo de su autor D. Fernando Curiel Palomares.

Felicitarlo una vez más desde aquí por su magnífica obra y agradecerle siempre su predisposición y trabajo siempre que la Hermandad se lo ha solicitado. Que el Stmo. Cristo de la Misericordia, por intercesión de la Inmaculada Concepción se lo premie.

Aula Cultural “San Juan de Ávila”, 5 de Diciembre 2017
Fernando Curiel Palomares

Autoridades, señoras y señores, buenas noches.
En primer lugar quiero agradecer a la Junta de Gobierno de la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo de la Misericordia, María Santísima Madre de Dios en su Limpia, Pura e Inmaculada Concepción y San Juan de Ávila, el haberme concedido el singular privilegio de realizar este cartel, cuyo objetivo es anunciar el IV Centenario del Juramento de la Universidad de Baeza en defensa de la Inmaculada Concepción.
En la preparación de los actos de tan singular celebración están trabajando diversas instituciones: el Excelentísimo Ayuntamiento de la Ciudad, el Instituto de la Santísima Trinidad como heredero de la Universidad, la Agrupación Arciprestal de Cofradías Y Hermandades, el Cabildo y Junta Administrativa de la Santa Iglesia Catedral de Baeza y la Hermandad de Las Escuelas, cuya sede es la iglesia de la antigua Universidad y tiene como titular a la Madre de Dios en su Inmaculada Concepción.
También tengo que agradecer la presencia aquí de todos ustedes. Les invito a que me acompañen a recorrer el significado de este cartel, para lo cual les propongo que hagamos juntos un viaje en el tiempo, 400 años atrás, para que podamos entender la importancia que este acontecimiento tuvo en la Historia de nuestra Ciudad.
La Universidad de la Santísima Trinidad de Baeza fue la que propició la efemérides que hoy celebramos, y por ello ocupa un lugar destacado el escudo de esta institución, tomado de los Estatutos de 1609.
No nos puede resultar extraño que Baeza y su Universidad fueran pioneras en la defensa de la Inmaculada Concepción de la Virgen, pues era una devoción señalada entre los habitantes de nuestra ciudad desde prácticamente la Edad Media. Una muestra de ello la tenemos en la fundación del Hospital de la Caridad y de la Purísima Concepción. En las primeras constituciones de la cofradía que lo regía, datadas en 1529, se expresaba que “por lo antigua no había memoria de cuándo fue fundada” esta institución.
En 1538 se funda la Universidad de Baeza, y desde sus inicios el maestro San Juan de Ávila le dio su peculiar perfil pedagógico y redactó sus primeros estatutos. El Apóstol de Andalucía supo enseguida sembrar entre los profesores y estudiantes la semilla del amor a la Inmaculada: “La Sacratísima Virgen María, por su singular privilegio, fue preservada de pecado original, tuvo vida limpísima y ajena de todo pecado: cuerpo limpio por virginidad y ánima tal que es llamada por Dios toda hermosa y que no hay en ella mancha”.
El magisterio, el testimonio y la palabra de San Juan de Ávila influyeron poderosamente en la formación de varias generaciones de estudiantes en la Universidad de Baeza, y pronto la devoción de nuestra Ciudad a la Inmaculada se plasmó en el arte y en la literatura. Numerosos baezanos escribieron sobre este tema, como Diego Pérez de Valdivia o Diego de Castro, destacando sobremanera Alonso de Bonilla, máximo exponente de la poesía castellana de fervor concepcionista.
Todo ello, unido al culto creciente a la Inmaculada en toda Andalucía, hizo que el 10 de noviembre de 1617 el rector y el Claustro de la Universidad acordaran redactar el Juramento en defensa de la Inmaculada Concepción, que fue proclamado solemnemente el 14 de enero de 1618. Se cumplen en estos días 400 años.
Hace 400 años, en los inicios del Barroco, empezaba a forjarse la iconografía de la Inmaculada Concepción. Pacheco, Velázquez y Zurbarán comenzaban a representar aquello que era el tema candente de la época, y Murillo, el pintor por antonomasia de la Inmaculada, era apenas un recién nacido.
Estos artistas no hicieron más que reflejar la actualidad del asunto, que estaba generando gran controversia en Sevilla por aquellos años. En 1613, debido a la predicación del prior del convento dominico de Regina en contra de la Inmaculada Concepción, se inició todo un clamor popular, auspiciado principalmente por los franciscanos, en defensa de aquella cuestión teológica. Por toda la ciudad se organizaban jornadas de desbordante fervor mariano, procesiones de desagravio, funciones y largos cortejos de fieles cantando coplas y alabanzas a la Virgen, entre ellas la famosísima:

Aunque no quiera Molina
ni los frailes de Regina,
ni su padre provincial
todo el mundo en general
a voces, Reina Escogida,
diga que sois concebida
sin pecado original.

Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, fue el impulsor y definidor de esta iconografía. En su libro “Arte de la Pintura” fijó con todo detalle los elementos que debían conformar el tema  de la Inmaculada, tal como él mismo y otros grandes maestros ya plasmaban en sus obras. También este que les habla se ha basado humildemente en sus directrices para representar a la Virgen.
Escribe Pacheco: “Esta pintura, como saben los doctos, es tomada de la misteriosa mujer que vio San Juan en el cielo, con todas aquellas señales”. Se refiere Pacheco al Apocalipsis de San Juan, en el que se dice “…Vi una gran señal en el Cielo: una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas…”.
Continúa Pacheco: “Hase de pintar, pues, en este aseadísimo misterio, esta Señora en la flor de su edad, de doce a trece años, hermosísima niña, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas mejillas, los bellísimos cabellos tendidos, de color de oro; en fin, cuanto fuere posible al humano pincel...”
Pero va más lejos Pacheco, pues señala los colores de los vestidos y la forma de los astros que rodean a la Mujer del Apocalipsis: “Hase de pintar con túnica blanca y manto azul (...) vestida de sol, un sol ovado de ocre y blanco, que cerque toda la imagen, unido dulcemente con el cielo; coronada de estrellas; doce estrellas compartidas en un círculo claro entre resplandores, sirviendo de punto la sagrada frente (...); debajo de los pies, la luna que, aunque es un globo sólido, tomo licencia para hacerlo claro, transparente sobre los países; por lo alto, más clara y visible, la media luna con las puntas abajo”.
El plasmar al astro selénico con las puntas hacia abajo, que quizá nos pueda resultar extraño por no ser lo más frecuente, se explica por analogía: al igual que la luna irradia a modo de espejo la luz del Sol, se quiere simbolizar que la luna refleja la Luz de María, Madre del Sol de Justicia, Jesucristo. Simbólicamente también se relaciona con el Triunfo del Cristianismo sobre el Islam.
Pacheco evita representar el dragón o serpiente, pues comenta con sinceridad y gracejo andaluz: “El dragón, enemigo común, se nos había olvidado, a quien la Virgen quebró la cabeza triunfando del pecado original. Y siempre se nos había de olvidar; la verdad es, que nunca lo pinto de buena gana y lo escusaré cuanto pudiere, por no embarazar mi cuadro con él”.
Sin embargo, y aunque Pacheco se resistía a representar a la serpiente, aquí sí aparece, por un motivo fundamental: la serpiente es la protagonista del primer anuncio de la Redención de la Humanidad, el llamado Protoevangelio, que aparece en el Génesis.
Después de la caída del Edén, cuando Dios dicta sentencia sobre nuestros primeros padres por haber cometido el pecado original, hace brillar un fulgor de esperanza. Dios maldice a la serpiente que simboliza a Satanás: “Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida”.
Pero al mismo tiempo, anuncia la promesa de la Salvación: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le herirás el talón”.
Es el primer anuncio del Mesías redentor, de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta, Jesucristo, Nuevo Adán, que por su muerte en la Cruz (la herida en el talón) y su resurrección, repara con sobreabundancia el pecado de Adán.
Numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el Protoevangelio a la Madre de Cristo, María, como “nueva Eva”. Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original. Junto al Salvador, desde la antigua profecía está ya presente en los planes de Dios la Virgen sin mancha.
En el centro de la aureola que circunda la cabeza de la Virgen se ha querido recrear el viril de la custodia perteneciente a la Capilla de San Juan Evangelista que se conserva en la Catedral, haciendo alusión a María como Mujer Eucarística. Por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Hijo de Dios, en la realidad física de su cuerpo y de su sangre, María se convierte en el primer sagrario y custodia. Por eso Dios, en previsión de los méritos de Jesucristo, quiso librarla del pecado original. Este es representado a los pies de la Virgen, donde podemos contemplar la escena en la que Eva, instigada por la serpiente, ofrece los frutos del árbol del Bien y del Mal a Adán, que aparece recostado. Se plasma así la Victoria de María sobre el pecado de nuestros primeros padres, tal y como se proclama en el lema latino manifestado en su corona: Sine Labe Concepta.
Las manos de la Virgen se cruzan amorosamente sobre su corazón inmaculado, brotando de éste un puñado de jazmines, en un guiño a la Hermandad de las Escuelas y su Titular mariana.
En la parte inferior del cartel un grupo de personas admira con veneración el misterio de la Concepción Inmaculada de María. Representan al conjunto de Profesores, Maestros, Bachilleres, Licenciados, Doctores y alumnos de la Universidad de Baeza. Todos ellos miran a la Virgen con actitud contemplativa, excepto un personaje que aparece escribiendo. Se trata del maestro baezano Antonio Calderón.
Catedrático, por esas fechas, de segundo curso de Artes en la Universidad de Baeza, Antonio Calderón vivió en primera persona los fastos del Juramento, pues fue uno de los jueces de la justa poética y el autor de la crónica de las actividades que se desarrollaron durante los actos festivos.
Calderón fue un teólogo eminente. Destacó especialmente como defensor de la doctrina del Misterio de la Inmaculada Concepción, asunto al que dedicó buena parte de su vida y obra. Durante su etapa como profesor de la Universidad de Baeza ya dio muestras de su interés por la Inmaculada. Bastantes años después también escribió un tratado teológico en latín dedicado al rey Felipe IV, con el propósito de defender este misterio.
Llegó a ocupar  importantes cargos: canónigo magistral de la Catedral primada de Toledo, capellán mayor en el Real convento de la Encarnación de Madrid, preceptor de la infanta María Teresa (hija del rey Felipe IV) y calificador del Santo Oficio.
En 1653, Felipe IV lo presentó para cubrir la vacante del Arzobispado de Granada. Sin embargo, Antonio Calderón no pudo ser consagrado Arzobispo de esta plaza porque falleció el 11 de enero de 1654, antes de que llegara la correspondiente bula pontificia.
Nuestro personaje aparece en el cartel enfrascado en la redacción de la crónica del Juramento universitario, que fue publicada en mayo de 1618 con el título “Relación de la Fiesta que la insigne Universidad de Baeza celebró a la Inmaculada Concepción de la Virgen Nuestra Señora. Con la Carta que la dicha Universidad escribió a su Santidad, y el singular Estatuto hecho en favor de la Concepción”.
Su intención con este libro es el de elogiar a Baeza y su Universidad por ser paladín del culto concepcionista. Nos dice: “Honra es de las Escuelas de Baeza que se sepa lo que ha hecho en honra de la Concepción purísima de María, y mía lo será no pequeña de camino de paso honrar mi patria, diciendo algunas de sus excelencias.” Es gracias a Antonio Calderón y a través de esta obra como podemos conocer las celebraciones que tuvieron lugar hace 400 años y que ahora nos disponemos a conmemorar y actualizar.
Previa a la Fiesta se procedió a la redacción del Estatuto, que fue de esta manera:
“El Rector y Universidad de Baeza, llamados por cédula de antedía, y juntos en la Capilla de nuestro Claustro, en diez días del mes de Noviembre, año del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de mil seiscientos diecisiete (…) y en el año duodécimo del Pontificado de nuestro Santísimo Padre y Señor Paulo por la divina providencia Papa quinto de este nombre, continuando el afecto que siempre hemos tenido al soberano misterio de la Purísima Concepción de la Santísima Virgen Nuestra Señora Concebida sin pecado original, para mayor honra y gloria de Dios nuestro Señor y de su Santísima Madre, ordenamos y establecemos que en todos los actos públicos de Teología, así los que se hacen para grados de Bachilleres y Licenciados, como los que se tuvieren de ostentación, la primera Conclusión de ellos sea la de la pureza de la Concepción de la Virgen Santísima, y de otra manera no lo puedan tener; y el Rector que diere licencia para que se tengan los dichos actos teólogos sin la dicha Conclusión, esté de ipso facto privado del oficio, de manera que el más antiguo pueda llamar al Claustro, y hacer nueva elección de otro Rector, y los actos no puedan servir para grados. Además de esto todos los Doctores y Bachilleres en Teología juren el Estatuto y el sentimiento y defensa de la Concepción sin pecado original de la forma de Juramento, que para ello se dispondrá; y el mismo Juramento hagan los que tuvieren de recibir Grado de Bachiller, Licenciado o Doctor en Teología, sin que ninguno de los dichos grados se pueda dar sin que primero el que le ha de recibir haga el dicho Juramento”.
Hecho este Estatuto, se dispusieron Cartas para su Santidad y para el Rey, comunicándoles la adhesión de la Universidad a la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
La proclamación solemne del Juramento y las fiestas en torno a esta celebración estaban programadas pasada la festividad de la Inmaculada de 1617, pero la lluvia hizo que tuviera que retrasarse, tal y como nos cuenta Calderón:
“Vino el día de la Concepción, y después del Domingo de su infraoctava fueron tantas las aguas y tan continuas, que no se pudo celebrar la fiesta el día determinado. Y porque inmediatamente se seguían las pascuas, que para tenerlas buenas, las pasaron los estudiantes en sus tierras, fue forzoso transferir la fiesta para después del día de los Reyes, no sin pena de los estudiantes, que con mucho cuidado habían dispuesto su máscara, y de los poetas, que llevaban mal se alargase el plazo de los premios, que en tan corto habían merecido sus trabajos, pero viendo que esta dilación corría por cuenta del tiempo, se consolaron los unos y los otros con el común proverbio, que son buenas mangas después de pascua.”
La fiesta por tanto tuvo lugar el domingo 14 de enero:
“Pasó la de los Reyes y para el Domingo después de su octava, 14 de Enero, se determinó la fiesta. La noche del Sábado no lo parecía con las muchas luces, que adornaban la torre y ventanas de Escuelas, donde se comenzó la vocación con repique de las campanas, a quien respondieron todas las iglesias parroquiales y muchos conventos”. Tuvo que ser impresionante este espectáculo de música, luces y fuego, “en la torre con música y chirimías, que alternadamente con las campanas y con buen número de mosquetes y otras invenciones de fuego convocaron a mucha gente”. Todo ello se ha querido simbolizar en el cartel con la representación de la torre de la Capilla de San Juan Evangelista engalanada para la fiesta.
Prosigue la crónica de Antonio Calderón describiendo detalladamente el acto del Juramento:
“La Iglesia, que para ser de una nave es muy capaz y bien acabada, estaba compuesta de dos órdenes de vistosas sedas. Juntóse a las siete el Claustro en la Capilla en gran número  de Doctores y Maestros, de donde con borlas y capirotes salió en procesión con maceros delante al son de chirimías, y por los claustros fue a la Iglesia, y tomó en la Capilla Mayor su asiento acostumbrado”.
“Estaba ya todo el cuerpo lleno de gente, que deseosa de gozar tanta fiesta, concurrió en mayor número del que puede caber en la Iglesia y patio. Díjose tercia en el coro, con mucha solemnidad, y salió a celebrar la Misa el Doctor D. Pedro Magaña, Diácono el Maestro Pedro de Lomas y Subdiácono el Maestro Alonso Ramírez. Subió al púlpito el Doctor Francisco Háñez de Herrera, que por hacerlo muy pocas veces, y esas con gran felicidad, fue muy deseado de todo el auditorio”.
Tras el sermón en la Capilla de San Juan Evangelista de la Universidad, cada miembro del claustro declaró solemnemente el Juramento en defensa de la Inmaculada Concepción, “celebrándolo las chirimías y música con motetes y chanzonetas y el pueblo con grande atención”.
La fórmula original del Juramento, cuyo inicio se refleja en el cartel, dice así: “Yo, prometo, hago votos y juro a Dios por estos santos Evangelios tocados por mi propia mano, así Dios y la Inmaculada Virgen María me ayuden, que así me dedicaré a la pureza de la Beatísima Virgen, que ningún acto de Teología públicamente promoveré, ni a él asistiré. Que la primera conclusión fue que la natural Concepción de la Beatísima Virgen jamás fue manchada por el pecado original e incluso fue y era manifiesta y claramente impoluta y pura. Y ciertamente, en tanto que me conceda vivir, no sólo en públicas asambleas, lecturas, conclusiones o en otros cualesquiera actos públicos, sino también en los privados e incluso en los internos, divulgaré la santísima pureza de la Concepción, y la profesaré, y procuraré con máximo afán que esta piadosa, firme y loable doctrina de la Inmaculada Concepción se propague día a día e inspire en las almas de los fieles raíces más profunda”.
Tras el solemne Juramento tuvo lugar  la “gravísima procesión”,  que transcurrió por el claustro de la Universidad y que fue acompañada por motetes, chanzonetas y otras piezas musicales interpretadas por la capilla de música de la Catedral, tal y como indican los registros de pago de la Universidad.
A continuación se celebró una vistosa mascarada organizada por los propios estudiantes, “entre atabales, trompetas y chirimías”. Estaba formada por seis cuadrillas y es  descrita por el cornista con todo lujo de detalles. Podemos imaginar el gran impacto visual y festivo que sin duda tuvo esta especie de cabalgata en los espectadores, por la fastuosidad y exotismo de los elementos que la integraban: alegorías, bailes profanos, danzantes portando sus correspondientes motes e insignias, negros curiosamente aderezados con varios instrumentos, pajes y músicos tañendo sonajas, ginebras, zambombas y guitarras.
Cerrando la mascarada iba un carro con una simulación del monte Sión y la torre de David, símbolo de la Virgen. Como elemento escenográfico, un grupo de cantores iba oculto dentro del carro, reforzando así el simbolismo y la teatralidad de la fiesta barroca, pues eran escuchados sin ser vistos, provocando la fascinación del público.
Tras la mascarada se celebró una justa poética, de carácter piadoso, religioso y sagrado, en honor, según la propia convocatoria proclamaba, a la “felicísima Concepción de la augustísima Virgen Madre de Dios, carente del pecado original, no contagiada por el alma corruptora de Adán, inspirada por el soplo suavísimo del Espíritu Santo”.
La literatura en torno al tema mariológico de la Inmaculada Concepción gozó de gran predicamento en el Siglo de Oro, particularmente en el marco de festividades religiosas durante el reinado de Felipe III, principal promotor de este culto. La convocatoria de certámenes literarios en honor de la Virgen fue el mejor cauce  para la expresión de esta literatura.
La Justa poética celebrada con motivo del Juramento de nuestra Universidad se dividió en cinco certámenes, en los que se podía concursar con un epigrama latino, una canción real, un soneto con glosa, una glosa de cuatrillo o un jeroglífico. La convocatoria del concurso se publicó en un cartel enviado a diversas ciudades del Reino de Jaén.
Muchos fueron los autores que participaron en el certamen, glosando en sus obras el Triunfo de la Inmaculada sobre el pecado original, recreando la escena del Génesis antes mencionada del aplastamiento de la cabeza de la serpiente, que tendrá una enorme importancia en la argumentación de la defensa de la Inmaculada Concepción de María. Algunas de las obras fueron acompañadas por suave música de instrumentos de cuerda pulsada, como guitarras o laúdes.
El resultado de los premios establecidos se dio a conocer en el teatro o paraninfo de la Universidad el domingo 21 de enero de 1618, tras el fallo adoptado por los jueces, entre los que se encontraban el Rector de la Universidad, el Doctor Pedro Lechuga y el propio Calderón. Los jueces entraron en el teatro al son de chirimías y proclamaron a los ganadores del concurso, entre los que figuraban el Maestro Juan Francisco de Rocha, Alonso López Barbón, Miguel de los Díez Ibáñez, el Maestro Alonso Mesías Galeote el Maestro Francisco de Cuenca, el Padre Fray Jerónimo de Paula.
Los fastos celebrados hace 400 años con motivo del Juramento de nuestra Universidad en defensa de la Inmaculada Concepción no tuvieron parangón en esa época en todo el Santo Reino de Jaén, siendo el paradigma de la fiesta barroca en nuestra Diócesis. Este hecho fue de una enorme trascendencia y supuso un importante hito en la Historia no sólo de la propia Universidad, sino de toda la Ciudad de Baeza, tanto en su espiritualidad como a nivel cultural y social. Desde entonces el arraigo de esta devoción entre los baezanos se acrecentó, y se multiplicaron las manifestaciones artísticas en torno a la Inmaculada Concepción, tanto en pintura, escultura, música y literatura. Tenemos entre otros ejemplos la erección del Triunfo de la Inmaculada en el Ejido en 1662; los maravillosos cuadros de tema inmaculista que cuelgan de los muros de la Iglesia de la Concepción, de los círculos de Alonso Cano y Murillo;  la portentosa Inmaculada de San Andrés o la delicada talla de El Salvador; o la refulgente Inmaculada de nuestra Custodia, obra de Gaspar Núñez de Castro.
La Devoción de los baezanos de todos los siglos a la Inmaculada queda reflejada en una pequeña jarra de azucenas que está tomada del camarín de nuestra Patrona, Santa María del Alcázar. Finalmente aparecen los logotipos de las instituciones que se han querido unir para conmemorar y actualizar este importante acontecimiento 400 años después: Excelentísimo Ayuntamiento, Instituto de la Santísima Trinidad, Agrupación Arciprestal de Cofradías, Cabildo y Junta Administrativa de la Santa Iglesia Catedral y Hermandad de las Escuelas.


Unámonos pues, baezanos, a estas celebraciones que hoy comenzamos, en honor de la Virgen María y en homenaje a aquellos antepasados nuestros que desde la Universidad quisieron honrarla proclamando su Inmaculada Concepción, mucho antes de que la Iglesia lo hiciera de forma oficial en 1854. Que estos actos supongan un auténtico reencuentro con nuestra Historia, nuestras creencias, nuestra cultura y nuestra identidad baezana. Muchas gracias.

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